JORGE MANRIQUE
JORGE MANRIQUE
Se cree que Jorge
Manrique nació en Paredes de Nava, en la actual provincia de
Palencia, aunque es probable que naciese en Segura de la Sierra, en
la actual provincia de Jaén, que por entonces era cabeza de la
encomienda que administraba el maestre Rodrigo Manrique, su padre, y
donde se establecía la principal estancia de los Manrique. No se ha
conservado ningún documento específico que certifique su nacimiento
en alguna de las dos localidades
Su padre, Rodrigo
Manrique, conde de Paredes de Nava, y efímero maestre de la Orden de
Santiago desde 1474, fue uno de los hombres más poderosos de su
época
Jorge Manrique se
casó con doña Guiomar de Castañeda, la joven hermana de su
madrastra, posiblemente en 1470. Guiomar venía de la familia más
notable de Toledo y el enlace se produjo más por intereses
económicos que por motivos románticos. El matrimonio tuvo dos
hijos, Luis y Luisa.
Señor de Belmontejo
de la Sierra (actual Villamanrique), comendador del castillo de
Montizón, Trece de Santiago, duque de Montalvo por concesión
aragonesa y capitán de hombres de armas de Castilla, fue más un
guerrero que escritor, pese a lo cual fue también un insigne poeta,
considerado por algunos como el primero del Prerrenacimiento. En su
poesía, el idioma castellano sale de la Corte y de los monasterios
para encontrarse con el autor individual que, frente a un hecho
trascendental de su vida, resume en una obra todo el sentir de su
corta existencia y salva para la posteridad no solo a su padre como
guerrero, sino a sí mismo como poeta.
I
Recuerde el alma
dormida,
avive el seso y
despierte
contemplando
cómo se pasa la
vida,
cómo se viene la
muerte
tan callando;
cuán presto se va
el placer;
cómo después de
acordado
da dolor;
cómo a nuestro
parecer
cualquiera tiempo
pasado
fue mejor.
II
Pues si vemos lo
presente
cómo en un punto se
es ido
y acabado,
si juzgamos
sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie,
no,
pensando que ha de
durar
lo que espera
más que duró lo
que vio,
pues que todo ha de
pasar
por tal manera.
III
Nuestras vidas son
los ríos
que van a dar en la
mar,
que es el morir:
allí van los
señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos
caudales,
allí los otros
medianos
y más chicos;
y llegados, son
iguales
los que viven por
sus manos
y los ricos.
Los ríos
caudalosos.
IV
Dejo las
invocaciones
de los famosos
poetas
y oradores;
no curo de sus
ficciones,
que traen yerbas
secretas
sus sabores.
A Aquel sólo me
encomiendo,
Aquel sólo invoco
yo
de verdad,
que, en este mundo
viviendo,
el mundo no conoció
su deidad.
V
Este mundo es el
camino
para el otro, que es
morada
sin pesar;
mas cumple tener
buen tino
para andar esta
jornada
sin errar.
Partimos cuando
nacemos,
andamos mientras
vivimos,
y llegamos
al tiempo que
fenecemos;
así que, cuando
morimos,
descansamos.
VI
Este mundo bueno fue
si bien usásemos
dél,
como debemos,
porque, según
nuestra fe,
es para ganar aquel
que atendemos.
Y aun aquel Hijo de
Dios,
para subirnos al
cielo,
descendió
a nacer acá entre
nos
y a vivir en este
suelo
do murió.
VII
Ved de cuán poco
valor
son las cosas tras
que andamos
y corremos,
que en este mundo
traidor
aun primero que
muramos
las perdemos.
De ellas deshace la
edad,
de ellas casos
desastrados
que acaecen,
de ellas, por su
calidad,
en los más altos
estados
desfallecen.
VIII
Decidme: la
hermosura,
la gentil frescura y
tez
de la cara,
la color y la
blancura,
cuando viene la
vejez
¿cuál se para?
Las mañas y
ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna
graveza
cuando llega al
arrabal
de senectud.
IX
Pues la sangre de
los godos,
el linaje y la
nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías
y modos
se sume su gran
alteza
en esta vida!
Unos, por poco
valer,
¡por cuán bajos y
abatidos
que los tienen!
Otros que, por no
tener,
con oficios no
debidos
se mantienen.
Se sume: se hunde.
X
Los estados y
riqueza,
que nos dejen a
deshora
¿quién lo duda?
No les pidamos
firmeza,
pues que son de una
señora
que se muda,
que bienes son de
Fortuna,
que revuelven con su
rueda
presurosa,
la cual no puede ser
una,
ni ser estable ni
queda
en una cosa.
XI
Pero digo que,
acompañen
y lleguen hasta la
huesa
con su dueño,
por eso no nos
engañen,
pues se va la vida
apriesa,
como sueño,
y los deleites de
acá
son, en que nos
deleitamos,
temporales,
y los tormentos de
allá,
que por ellos
esperamos,
eternales.
XII
Los placeres y
dulzores
de esta vida
trabajada
que tenemos,
no son sino
corredores,
y la muerte, la
celada
en que caemos:
No mirando a nuestro
daño,
corremos a rienda
suelta
sin parar;
des que vemos el
engaño
y queremos dar la
vuelta,
no hay lugar.
Trabajada:
trabajosa.
XIII
Si fuese en nuestro
poder
tornar la cara
hermosa
corporal,
como podemos hacer
el alma tan gloriosa
angelical,
¡qué diligencia
tan viva
tuviéramos cada
hora,
y tan presta
en componer la
cautiva,
dejándonos la
señora
descompuesta!
XIV
Estos reyes
poderosos
que vemos por
escrituras
ya pasadas,
con casos tristes,
llorosos,
fueron sus buenas
venturas
trastornadas.
Así que no hay cosa
fuerte,
que a Papas y
Emperadores
y Prelados,
así los trata la
Muerte
como a los pobres
pastores
de ganados.
XV
Dejemos a los
troyanos,
que sus males no los
vimos,
ni sus glorias;
dejemos a los
romanos,
aunque oímos y
leímos
sus historias;
no curemos de saber
lo de aquel siglo
pasado,
qué fue de ello;
vengamos a lo de
ayer,
que también es
olvidado
como aquello.
XVI
¿Qué se hizo el
rey don Juan?
Los infantes de
Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto
galán,
qué fue de tanta
invención
como trujeron?
Las justas y los
torneos,
paramentos,
bordaduras,
y cimeras,
¿fueron sino
devaneos?
¿Qué fueron sino
verduras
de las eras?
Juan II de Castilla
XVII
¿Qué se hicieron
las damas,
sus tocados, sus
vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron
las llamas
de los fuegos
encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel
trovar,
las músicas
acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel
danzar,
aquellas ropas
chapadas
que traían?
XVIII
Pues el otro, su
heredero,
don Enrique, ¡qué
poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán
halaguero
el mundo con sus
placeres
se le daba!
Mas verás cuán
enemigo,
cuán contrario,
cuán cruel
se le mostró,
habiéndole sido
amigo,
¡cuán poco duró
con él
lo que le dio!
XIX
Las dádivas
desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan
fabridas,
los enriques y
reales
del tesoro,
los jaeces y
caballos
de su gente, y
atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a
buscallos?
¿qué fueron sino
rocíos
de los prados?
XX
Pues su hermano, el
inocente
que en su vida
sucesor
se llamó,
¡qué corte tan
excelente
tuvo y cuánto gran
señor
que le siguió!
Mas como fuese
mortal,
metiólo la muerte
luego
en su fragua,
¡oh juicio divinal!
Cuando más ardía
el fuego,
echaste agua.
XXI
Pues aquel gran
Condestable
Maestre que
conocimos,
tan privado,
no cumple que dél
se hable,
sino sólo que lo
vimos
degollado.
Sus infinitos
tesoros,
sus villas y sus
lugares,
su mandar,
¿qué le fueron
sino lloros?
¿que fueron sino
pesares
al dejar?
XXII
Pues los otros dos
hermanos,
maestres tan
prosperados
como reyes,
que a los grandes y
medianos
trajeron tan
sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alta fue
subida
y ensalzada,
¿qué fue sino
claridad,
que cuando más
encendida
fue matada?
XXIII
Tantos duques
excelentes,
tantos marqueses y
condes,
y barones,
como vimos tan
potentes,
di, Muerte, ¿dó
los escondes
y traspones?
Y las sus claras
hazañas
que hicieron en las
guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda,
te ensañas,
con tu fuerza las
atierras
y deshaces.
XXIV
Las huestes
innumerables,
los pendones y
estandartes,
y banderas,
los castillos
impugnables,
los muros y
baluartes
y barreras,
la cava honda
chapada,
o cualquier otro
reparo,
¿qué aprovecha?
cuando tú vienes
airada
todo lo pasas de
claro
con tu flecha.
XXV
Aquél de buenos
abrigo,
amado por virtuoso
de la gente,
el Maestre don
Rodrigo
Manrique, tanto
famoso
y tan valiente,
sus grandes hechos y
claros
no cumple que los
alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hacer
caros,
pues que el mundo
todo sabe
cuáles fueron.
XXVI
¡Qué amigo de sus
amigos!,
¡qué señor para
criados
y parientes!,
¡qué enemigo de
enemigos!,
¡qué maestre de
esforzados
y valientes!,
¡qué seso para
discretos!,
¡qué gracia para
donosos!,
¡qué razón!,
¡cuán benigno a
los sujetos!,
y a los bravos y
dañosos,
¡qué león!
XXVII
En ventura
Octaviano,
Julio César en
vencer
y batallar,
En la virtud,
Africano,
Aníbal en el saber
y trabajar,
En la bondad un
Trajano,
Tito en liberalidad
con alegría,
En su brazo,
Aureliano
Marco Atilio en la
verdad
que prometía.
XXVIII
Antonio Pío en
clemencia,
Marco Aurelio en
igualdad
del semblante,
Adriano en la
elocuencia,
Teodosio en
humanidad
y buen talante,
Aurelio Alejandro
fue
en disciplina y
rigor
de la guerra,
un Constantino en la
fe,
Camilo en el gran
amor
de su tierra.
XXIX
No dejó grandes
tesoros,
ni alcanzó muchas
riquezas,
ni vajillas,
mas hizo guerra a
los moros,
ganando sus
fortalezas
y sus villas.
Y en las lides que
venció,
muchos moros y
caballos
se perdieron,
y en este oficio
ganó
las rentas y los
vasallos
que le dieron.
XXX
Pues por su honra y
estado
en otros tiempos
pasados
¿cómo se hubo?
Quedando
desamparado,
con hermanos y
criados
se sostuvo.
Después que hechos
famosos
hizo en esta dicha
guerra
que hacía,
hizo tratos tan
honrosos,
que le dieron aun
más tierra
que tenía.
XXXI
Estas sus viejas
historias
que con su brazo
pintó
en juventud,
con otras nuevas
victorias
ahora las renovó
en senectud.
Por su gran
habilidad,
por méritos y
ancianía
bien gastada,
alcanzó la dignidad
de la gran
caballería
de la Espada.
XXXII
Y sus villas y sus
tierras
ocupadas de tiranos
las halló,
mas por cercos y por
guerras
y por fuerza de sus
manos
las cobró.
Pues nuestro rey
natural,
si de las obras que
obró
fue servido,
dígalo el de
Portugal,
y en Castilla quien
siguió
su partido.
XXXIII
Después de puesta
la vida
tantas veces por su
ley
al tablero;
después de tan bien
servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta
hazaña
a que no puede
bastar
cuenta cierta,
en la su villa de
Ocaña
vino la Muerte a
llamar
a su puerta
XXXIV
diciendo: «Buen
caballero,
dejad el mundo
engañoso
y su halago;
vuestro corazón de
acero
muestre su esfuerzo
famoso
en este trago;
y pues de vida y
salud
hicisteis tan poca
cuenta
por la fama,
esfuércese la
virtud
por sufrir esta
afrenta
que os llama.
XXXV
No se os haga tan
amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más
larga
de fama tan gloriosa
acá dejáis.
Aunque esta vida de
honor
tampoco no es
eternal,
ni verdadera,
mas, con todo, es
muy mejor
que la vida
terrenal,
perecedera.
XXXVI
El vivir que es
perdurable,
no se gana con
estados
mundanales,
ni con vida
deleitable,
en que moran los
pecados
infernales,
mas los buenos
religiosos,
ganánlo con
oraciones
y con lloros,
los caballeros
famosos
con trabajos y
aflicciones
contra moros.
XXXVII
Y pues vos, claro
varón,
tanta sangre
derramasteis
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo
ganasteis
por las manos.
Y con esta confianza
y con la fe tan
entera
que tenéis,
partid con buena
esperanza,
que esta otra vida
tercera,
ganaréis.»
XXXVIII
«No tengamos tiempo
ya
en esta vida
mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la
divina
para todo.
Y consiento en mi
morir
con voluntad
placentera,
clara y pura,
que querer hombre
vivir
cuando Dios quiere
que muera,
es locura.»
XXXIX
Tú que por nuestra
maldad
tomaste forma servil
y bajo nombre;
Tú que en tu
divinidad
juntaste cosa tan
vil
como es el hombre;
Tú que tan grandes
tormentos
sufriste sin
resistencia
en tu persona,
no por mis
merecimientos,
mas por tu sola
clemencia,
me perdona.
XL
Así, con tal
entender,
todos sentidos
humanos
conservados,
cercado de su mujer,
Y de sus hijos y
hermanos
y criados,
dio el alma a quien
se la dio,
el cual la ponga en
el cielo
y en su gloria,
y aunque la vida
perdió,
dejónos harto
consuelo
su memoria.
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